Ver otra película de estreno por televisión, con
actuaciones lo suficientemente buenas como para que estén nominados los dos actores
que no abandonan la pantalla y, además, el guion, todavía me sorprende, pero
así es la cadena Netflix (que no sé lo que durará si no tiene sus buenos ingresos).
Casi se podría
decir que no ha sido la televisión la que ha acabado con los cines, sino el
propio cine, pues, en un futuro no muy lejano, ¿quién irá a los cines para ver
una película cuando podrá verla en su casa? Ya sé la respuesta obvia: los
adolescentes y los que quieran ver superproducciones, pero de eso no vivirán
las salas ya que ahora ya solo malviven. A mí, que me gustaba mucho ir al cine, ahora cada vez me cuesta más y tengo que ir a salas marginales a ver películas
de las que llamábamos “de arte y ensayo”, pero restringiendo mi demanda voy
afinando el tiro y el pasado año solo me parecieron malas una más de la media
docena, de las cincuenta y seis que he llegado a ver.
Voy al fondo
de la cuestión, es decir, la película: a mí me ha gustado, aunque no es sobresaliente,
pero creo que cuando parece que te abren la puerta a algo medianamente
desconocido (lo es del todo, pero creemos que sabemos algo) por poco que te
interese te atrapa, como así ha sido. La película arranca con el fallecimiento
de Juan Pablo II y el cónclave en el que se eligió al cardenal Ratzinger. Unos
años más tarde Benedicto XVI llama al Vaticano a un cardenal singular para
meterlo en cintura, pero este cardenal le sale con algo que no se lo espera y
ahí comienza un tira y afloja y una relación que los lleva a tener que
entenderse, aunque no opinen igual.
Las
actuaciones son muy buenas, las caracterizaciones también y los lugares donde
se ha rodado (verdaderos o falsos) espectaculares, pero que nadie se llame a engaño:
es como una obra de teatro escrita para dos actores.
Dirección: Fernando Meirelles Fotografía:
César Charlone
Guion: Anthony McCarten
Montaje: Fernando Stutz Música: Bryce
Dessner
Actores: Anthony Hopkins,
Jonathan Pryce, Juan Minujín, Luis Gnecco, Cristina Banegas
(2019; 126’; **; 56)

A mí me pareció una película bien rodada y muy bien interpretada que contaba cosas o que ya sabía o carentes de un gran interés. Si la terminé es que me entretenía, pero no diría más.
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