Tal vez viera esta película de estreno y desde entonces, casi medio siglo, tres o cuatro veces más. A nadie se le escapará que es una película que me gusta: su primera larga secuencia que es el desencadenante de la historia, la última escena y otra un poco anterior, son mis favoritas. Qué pena no poder explicarlas, pero no me gusta destripar las historias.
Redford es un oscuro agente de la C.I.A. que se dedica a
leer libros por si de ellos pudiera encontrarse alguna conspiración y, además,
el encargado de ir a comprar los desayunos de su media docena de compañeros. Una
lluviosa mañana no será igual a las anteriores y tendrá que poner en juego todo
su ingenio y conocimientos para salvar su pellejo.
La historia de que un agente tenga que salvar la piel ya la hemos visto de muchas maneras, aunque más hacia nuestros días que no en los setenta. Obviamente, el personaje de Redford tiene unos conocimientos que le van de perlas para lo que tiene que hacer (si no, duraría lo de un anuncio largo), pero en aquella época no había internet, por lo que todo tenía que ser asequible a nivel humano, no como ahora que con un teclado llegas al dormitorio de la Casa Blanca. Además de Redford, que no está mal en su papel, están, en dos actuaciones secundarias pero que llenan la pantalla, Duanway y von Sydow, que me gustan mucho, por lo que, para mí, son un aliciente más. La película tiene una ventaja sobre la novela: en esta el cóndor duraba el doble.
Dirección: Sidney Pollack

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