El País me
invita a conocer a Fortunata: una mujer separada de un carabinero, no
divorciada, peluquera y con una hija de unos diez años que vive en una barriada
de la periferia de Roma en la que abundan los chinos y la pobreza. Tiene un
vecino drogadicto que hace tatuajes con el que quiere montar una peluquería y,
como en el banco no le quieren dejar el dinero necesario para alquilar un local
y adecuarlo, se lo pide a una china que presta dinero. El carabinero, cuando se
le antoja, va al piso en el que viven la que era su esposa y su hija y hace que
la primera le abra la puerta mediante golpes y gritos. Cuando lo consigue hace
lo mismo con su mujer hasta que la posee.
Aunque parece evidente, no quiero que a nadie se le
escape que Fortunata quiere decir Afortunada en italiano, lo que no deja de ser
una cruel broma a la vista del sucinto resumen del párrafo anterior. La actriz,
que ha ganado varios premios entre ellos el de Cannes, llena la pantalla de alegría
a pesar de lo dicho y tiene unos ojos que hablan por sí solos. La película no
está mal, pero adolece de algo a lo que nos deberemos ir acostumbrando:
feminismo activo. ¿Acaso no le falta razón? ¿No sucede eso en la vida real? Sí,
pero no estoy/estamos acostumbrados a tenerlo tan presente y, como no añade
valor estético a la película, no es un argumento válido para ir a verla. Un ejemplo
en otro sentido: hubo un Vietman, pero yo no fui a ver al que no notaba las
piernas, aunque representara lo que había sucedido, pues no creo que fuera de
mi gusto. Es lo mismo.
Dirección: Sergio Castellitto Fotografía:
Gian F. Corticelli
Guion: Margaret Mazzantini
Montaje: Chiara Vullo Música:
Arturo Annecchino
Actores: Jasmine Trinca,
Stefano Accorsi, Alessandro Borghi; Edoardo Pesce
(2018; 103’; **; 18)